domingo, 9 de octubre de 2011

Apocalipsis #1

Llegó un momento en que la selección natural dejó de producirse. Sistemáticamente, la medicina y otros avances científicos permitieron la reproducción de individuos no aptos, insanos, estériles. A su vez, la informática avanzaba imperturbable. La tecnología que anulaba la selección natural dependía exclusivamente de ordenadores, cables y electricidad.

Entonces llegó la lluvia masiva de neutrinos. Cualquier sistema electrónico dejó de funcionar y por tanto los hombres quedaron expuestos a un medio completamente hostil, sin paliativos ni remedios. Una pareja de individuos aptos se convirtió en el santo grial de aquel siglo.

Pero aquella vez, Adán y Eva no aparecieron.

domingo, 26 de junio de 2011

La receta

Adela encontró el libro una de esas mañanas sin nada que hacer, mientras vagaba por la casa buscando algún incentivo, alguna cosa pequeña que la motivara para seguir con su vida y abrazar a Gabriel cuando llegara a casa. Llevaban juntos muchos años y últimamente no sentía lo mismo de siempre. Al mirarle, en lugar de ver al ángel que anticipaba su nombre, veía a un cuarentón ligeramente entrado en carnes que no le aceleraba el corazón ni siquiera en la cama. Puede que su apatía hacia Gabriel se debiera a la presencia del nuevo vecino, un joven enorme, culto y atlético que últimamente protagonizaba sus fantasías románticas y sus sueños impúdicos.
El libro se titulaba "recetario mágico". No tenía ni idea de dónde había salido; puede que fuera de Gabriel o que ya estuviera en la casa cuando se mudaron. Era un compendio de recetas de cocina nada convencional. En lugar de fórmulas para perder peso o evitar flatulencias, el volumen ofrecía remedios para todo tipo de propósitos emocionales del comensal: olvidar a un ser querido, ganar confianza en sí mismo o, cómo no, enamorarse de la primera persona que se cruzara en su camino. Esta última receta llamó su atención. Ella no creía en esa clase de cosas, pero de pronto una idea se materializó en su mente: podía utilizar la receta para darle la bienvenida oficial al nuevo vecino, y de paso animarlo a probarla ante ella. Era una pequeña locura, una ilusión tóxica que la mantendría entretenida al menos durante aquel día. Por supuesto, sabía que no funcionaría, pero soñar es gratis, se dijo.
Recopiló todos los ingredientes durante el resto de la mañana, en el mercado del barrio. La receta no tenía nada de fantástico: se trataba simplemente de un pastel de zanahoria aderezado con una mezcla inusual de especias. Cuando regresó a casa comenzó a prepararlo.
Adela era una cocinera experimentada. Cada día elaboraba un menú digno de cualquier restaurante de 50 pavos el cubierto. Tal capacidad era posible gracias a su fino sentido del gusto: no tenía más que probar una cucharilla del guiso, salsa o asado que estuviera haciendo para saber qué ingredientes había que rectificar. Aquél era un gesto automático y ella no era en absoluto consciente de ello cuando se llevaba la cuchara a la boca y paladeaba el bocado. Zanahoria, huevo, harina, eneldo, hinojo, cardamomo... Todos los ingredientes se segregaron en su boca y con satisfacción comprobó que la receta le había quedado redonda.
El destino quiso que justo en ese momento de culminación culinaria llegara Gabriel, que tenía por costumbre entrar a la cocina para saludar a Adela y observar las delicias que ella estuviera preparando.
-¡Qué bien huele, cariño! Es una receta nueva, ¿no?
Entonces, Adela abrazó a su ángel mientras tragaba.

domingo, 12 de junio de 2011

La fuga del caracol

No deja de ser irónico que la única mascota que se haya escapado de mi casa sea un caracol. Cuando era pequeña creía que nuestro antiguo gorrión también había alzado el vuelo, hasta que un día descubrí que mis padres me habían ocultado su fallecimiento por ingesta accidental masiva de humo de Ducados. 
El caracol vivía en una pecera ubicada en el lavadero, que daba al patio de casa. Si bien desde allí se podía ver el cielo, parece ser que el molusco sabía que la verdadera salida no la encontraría siguendo el rastro inmediato del viento. Así, tuvo la determinación de salir de la pecera y babear sistemáticamente la cocina, el pasillo, todo el salón y, por fin, la terraza, por donde pudo salir al exterior. 
Fue mi madre quien notó su ausencia. Durante unos minutos estuvo siguiendo el rastro brillante que el caracol había ido dejando a su paso, con la esperanza de encontrarlo en algún punto del camino, hasta llegar a la fachada del edificio por donde finalmente había alcanzado su libertad. Cuando me lo dijo, pensé que se trataba de una broma o de otra artimaña para no confesarme una trágica muerte por aplastamiento. Sin embargo, con mis propios ojos seguí el hilo incansable, desde la pecera transparente hasta los barrotes de la terraza, pasando por la pared que quedaba tras el televisor del salón. Durante mucho tiempo la casa no se blanqueó y la prueba de la fuga del caracol siguió presente en nuestras vidas. 
Cómo es posible que nadie en casa se diera cuenta de cómo el caracol escapó, sigue siendo actualmente un bonito misterio. Seguramente tardó más de un día en completar la hazaña, pero aun así pasó desapercibido. 
Y hoy en día, cuando algo me parece imposible, aún acudo a su recuerdo. 

jueves, 20 de mayo de 2010

Hipocondria


Nada calmó su hipocondria, todos los resultados negativos fueron en vano. La letanía de análisis de sangre, linfa y orina para descartar infecciones; las claustrofóbicas pruebas para inspeccionar su cerebro en busca de la causa perdida de los dolores de cabeza; la biopsia, por culpa de esa mancha ínfima donde el cuello se unía con la espalda; más análisis, esta vez porque no le sentaba bien ningún primer plato; las radiografías en busca de calcificaciones o micro-fracturas; la citología en prevención de clamidias imaginarias transmitidas por magia negra a través del preservativo; más biopsias, ahora en honor a un lunar asimétrico; y, finalmente, el Audi negro que se la llevó por delante, justo cuando salía ensimismada de recoger el resultado de su último análisis, también, y por supuesto, negativo.

lunes, 19 de octubre de 2009

Apocalipsis

Cada uno a su manera, todos aguardaban con temor y recelo.
El estudiante que, ensombrecido por la luz de un flexo, se refugiaba en sus apuntes. Sea una función continua y derivable en equis igual a a, iba repitiendo como un mantra, y entre bis y bis, como si fueran rebanadas de pan de molde, se colaba la mortadela: ya falta poco, muy poco... Su pulso se aceleraba y el único consuelo era el estudio cansino.
La mujer que, en su espera por excelencia, dejaba reposar sus pesadas piernas en el cojincito del sofá, acariciando su redondo destino, preguntándose si finalmente todo ocurriría en la fecha que le habían asegurado, destilando sudor cada vez que se lo planteaba. Sólo veía dolor.
El enfermo que, por el contrario, desconocía la fecha en que por fin llegaría, sólo podía desearlo con todas sus fuerzas, porque cuando sucediera por fin se olvidaría de su sufrimiento.
El profeta que se colgó el cartel y predijo la fecha: el dos mil doce (¿no fue una vez el dos mil?), año en que todo se irá por la borda, al menos tal y como lo conocemos. Algunos, los menos, le hacían caso; los demás preferían vivir el presente. Ya tenían suficiente con sus propias esperas.
Un examen, un hijo, un corazón, el fin del mundo.

jueves, 19 de marzo de 2009

Guitarra


Yo de mayor quiero ser una guitarra eléctrica, para que acaricies la curva que se trace en mis caderas y rasgues las octavas de mi mente; que cuando vuelvas a casa cansado y sin ganas de hablar, lo primero que hagas tras quitarte los zapatos y arrojarlos al desorden sea recogerme y tañerme, que me hagas sonar con esa voz joven y despeinada que tanto me gusta, la voz de la gente que va a tomar copas en zapatillas; que me ames y, sobre todo, que digas que me amas, cosiendo tu voz a mis cuerdas, sí; que tu garganta vibre al son de mi amplificador, que también tú cantes con tu voz rasgada y los ojos cerrados, apretados, ciegos mientras sigues cantando y tocándome, y entonces, también entonces, digas que aún me amas, por segunda o tercera vez, no importa cuántas veces, pero sí el tono: que cojas aire, que subas un poco más y que tu voz baile sobre mí, demorándose en la u infinita que acompañará a mis acordes toda la noche, reverberando en mis tímpanos de guitarra eléctrica...

domingo, 28 de diciembre de 2008

Instrucciones para responder una pregunta

En primer lugar, cuélguese el artilugio alrededor del cuello; el material es sensible a caídas y golpes de viandantes maleducados. Extráigase la tapadera del objetivo con suma delicadeza, procurando evitar roces con el cristal inmaculado; por supuesto, alejarlo de cualquier diamante que adorne el rostro de cualquier dama que ande cerca del lugar y no sepa apreciar lo que se está haciendo. Colóquese la muesquita de la rueda en la posición manual, ignorando los automatismos, ya que la tarea a realizar merece y necesita la supervisión humana y sensible de su ojo. A continuación, búsquese la velocidad más lenta posible de exposición: a más tiempo, más luz será captada. Por último, apriétese el botoncito pequeño y aparentemente -sobre todo ante la magnitud de nuestro fin- inútil, enfocando el motivo de su duda, observando cómo toda su luz ondulante sisea hasta ese cristal perfecto, descubriendo cómo, en una imagen, se acumularán todas las respuestas que usted ha estado siempre buscando.