domingo, 26 de junio de 2011

La receta

Adela encontró el libro una de esas mañanas sin nada que hacer, mientras vagaba por la casa buscando algún incentivo, alguna cosa pequeña que la motivara para seguir con su vida y abrazar a Gabriel cuando llegara a casa. Llevaban juntos muchos años y últimamente no sentía lo mismo de siempre. Al mirarle, en lugar de ver al ángel que anticipaba su nombre, veía a un cuarentón ligeramente entrado en carnes que no le aceleraba el corazón ni siquiera en la cama. Puede que su apatía hacia Gabriel se debiera a la presencia del nuevo vecino, un joven enorme, culto y atlético que últimamente protagonizaba sus fantasías románticas y sus sueños impúdicos.
El libro se titulaba "recetario mágico". No tenía ni idea de dónde había salido; puede que fuera de Gabriel o que ya estuviera en la casa cuando se mudaron. Era un compendio de recetas de cocina nada convencional. En lugar de fórmulas para perder peso o evitar flatulencias, el volumen ofrecía remedios para todo tipo de propósitos emocionales del comensal: olvidar a un ser querido, ganar confianza en sí mismo o, cómo no, enamorarse de la primera persona que se cruzara en su camino. Esta última receta llamó su atención. Ella no creía en esa clase de cosas, pero de pronto una idea se materializó en su mente: podía utilizar la receta para darle la bienvenida oficial al nuevo vecino, y de paso animarlo a probarla ante ella. Era una pequeña locura, una ilusión tóxica que la mantendría entretenida al menos durante aquel día. Por supuesto, sabía que no funcionaría, pero soñar es gratis, se dijo.
Recopiló todos los ingredientes durante el resto de la mañana, en el mercado del barrio. La receta no tenía nada de fantástico: se trataba simplemente de un pastel de zanahoria aderezado con una mezcla inusual de especias. Cuando regresó a casa comenzó a prepararlo.
Adela era una cocinera experimentada. Cada día elaboraba un menú digno de cualquier restaurante de 50 pavos el cubierto. Tal capacidad era posible gracias a su fino sentido del gusto: no tenía más que probar una cucharilla del guiso, salsa o asado que estuviera haciendo para saber qué ingredientes había que rectificar. Aquél era un gesto automático y ella no era en absoluto consciente de ello cuando se llevaba la cuchara a la boca y paladeaba el bocado. Zanahoria, huevo, harina, eneldo, hinojo, cardamomo... Todos los ingredientes se segregaron en su boca y con satisfacción comprobó que la receta le había quedado redonda.
El destino quiso que justo en ese momento de culminación culinaria llegara Gabriel, que tenía por costumbre entrar a la cocina para saludar a Adela y observar las delicias que ella estuviera preparando.
-¡Qué bien huele, cariño! Es una receta nueva, ¿no?
Entonces, Adela abrazó a su ángel mientras tragaba.

domingo, 12 de junio de 2011

La fuga del caracol

No deja de ser irónico que la única mascota que se haya escapado de mi casa sea un caracol. Cuando era pequeña creía que nuestro antiguo gorrión también había alzado el vuelo, hasta que un día descubrí que mis padres me habían ocultado su fallecimiento por ingesta accidental masiva de humo de Ducados. 
El caracol vivía en una pecera ubicada en el lavadero, que daba al patio de casa. Si bien desde allí se podía ver el cielo, parece ser que el molusco sabía que la verdadera salida no la encontraría siguendo el rastro inmediato del viento. Así, tuvo la determinación de salir de la pecera y babear sistemáticamente la cocina, el pasillo, todo el salón y, por fin, la terraza, por donde pudo salir al exterior. 
Fue mi madre quien notó su ausencia. Durante unos minutos estuvo siguiendo el rastro brillante que el caracol había ido dejando a su paso, con la esperanza de encontrarlo en algún punto del camino, hasta llegar a la fachada del edificio por donde finalmente había alcanzado su libertad. Cuando me lo dijo, pensé que se trataba de una broma o de otra artimaña para no confesarme una trágica muerte por aplastamiento. Sin embargo, con mis propios ojos seguí el hilo incansable, desde la pecera transparente hasta los barrotes de la terraza, pasando por la pared que quedaba tras el televisor del salón. Durante mucho tiempo la casa no se blanqueó y la prueba de la fuga del caracol siguió presente en nuestras vidas. 
Cómo es posible que nadie en casa se diera cuenta de cómo el caracol escapó, sigue siendo actualmente un bonito misterio. Seguramente tardó más de un día en completar la hazaña, pero aun así pasó desapercibido. 
Y hoy en día, cuando algo me parece imposible, aún acudo a su recuerdo.