El alien estaba allí, a contraluz, negro y nítido. Los chavales miraban hacia el redondel que reinaba en el cielo aquella noche, blanco y algo difuso debido a la luminosidad que desprendía. Sus ropas se hicieron un poco más claras bajo la luz y se dejaron ver las manchas inmortales de césped sobre las rodillas. El alien había interrumpido sus juegos infantiles y ruidosos; jamás pensaron que fuera tan fácil ver uno. Simplemente había que mirar a la luna con un poco de atención.
Casi no escucharon la llamada de mamá, que los convocaba para cenar. A los diez minutos todo eran tortillitas, quesitos, el yogur. El alien, condenado al olvido; y los niños jugando un poco a la consola antes de irse a dormir.
Pero el alien no se había movido de su sitio. Quizás su sangre era fría, quizás buscaba allí algo de calor.