En primer lugar, cuélguese el artilugio alrededor del cuello; el material es sensible a caídas y golpes de viandantes maleducados. Extráigase la tapadera del objetivo con suma delicadeza, procurando evitar roces con el cristal inmaculado; por supuesto, alejarlo de cualquier diamante que adorne el rostro de cualquier dama que ande cerca del lugar y no sepa apreciar lo que se está haciendo. Colóquese la muesquita de la rueda en la posición manual, ignorando los automatismos, ya que la tarea a realizar merece y necesita la supervisión humana y sensible de su ojo. A continuación, búsquese la velocidad más lenta posible de exposición: a más tiempo, más luz será captada. Por último, apriétese el botoncito pequeño y aparentemente -sobre todo ante la magnitud de nuestro fin- inútil, enfocando el motivo de su duda, observando cómo toda su luz ondulante sisea hasta ese cristal perfecto, descubriendo cómo, en una imagen, se acumularán todas las respuestas que usted ha estado siempre buscando.