domingo, 28 de diciembre de 2008
Instrucciones para responder una pregunta
jueves, 27 de noviembre de 2008
Fuerte
sábado, 18 de octubre de 2008
El soldadito de plomo
Nadie le preguntó a ella, quien ni siquiera se había planteado el resto de su vida. Ahora le obligaban a hacerlo, a enfrentarse a su ausencia, a mirar cada carta que le llegaba como la última palabra de todas las que él le había dirigido; y sólo quedaría el recuerdo de aquellas noches cuando todavía eran felices y únicamente el peso de veinte años vividos en paz cargaba sus equipajes.
Un día, no especialmente distinto, él no podía dejar de pensar en ella. En ella desnuda, en sus labios cortados por el viento y en su piel blanca y en su vestido de encaje tirado en el suelo y en su cuerpo tibio entre sueños, no podía; y decidió arriesgarse, pensó: mientras antes ganemos, antes regresaremos. Y asió su fusil con tanto coraje que el metal casi se deformó.
El ejército enemigo no era un ejército de desalmados. Al igual que él, la mayoría de ellos echaba de menos a alguien con más fuerza de la que tenían. Tuvo nuestro soldado mala fortuna cuando fue a enfrentarse a un padre de familia que había dejado, allá en su hogar, a su mujer y a dos hijitos preciosos; tuvo mala fortuna, decía, porque este rival, con más experiencia y más gente a la que recordar, descargó varias veces su arma y su alma sobre nuestro soldado, que a partir de entonces, y seguro que lo sabréis, pasó a llamarse el soldadito de plomo; no porque hubiera sido forjado por alguien, sino por todas las balas que atravesaron su torso sin preguntar, pasando a formar parte de su anatomía de carne, huesos y ahora, sólo ahora, metal.
sábado, 11 de octubre de 2008
Espejo, espejito
En la cama yace la mitad del contenido de su armario y justo en la almohada, muy bien doblada, la prenda elegida para una cita especial. Pero antes de eso, lo primero es lo primero; abre el cajón de su mesita de noche y escoge cuidadosamente la ropa interior. Observo cómo levanta la pierna derecha y la incluye en un tanga mínimo y negro, haciendo lo mismo con la izquierda un nanosegundo después. Sus manos levantan la tela hasta su pelvis y allí encaja con la pulcritud de una pincelada. Poco después el sostén, que coloca primero en sus pechos y luego, como por arte de magia, sin mirar, consigue abrochar en su espalda. Las medias protagonizan otro momento mágico. Enrolla una de ellas en sus manos y, manteniendo el equilibrio sobre la pierna izquierda, introduce el pie contrario y comienza a subir la finísima tela transparente que va bronceando su piel hasta la parte superior del muslo, justo por debajo de las nalgas. Hace lo propio con la media izquierda, sin caerse. El vestido, rojo y brillante, no puede esperar ni un minuto más: lo desdobla y lo presenta sobre su cuerpo, sacudiendo arrugas invisibles, permitiéndose dudar un poco. Al fin, como si fuera a zambullirse en una rosa, levanta los brazos y el raso cae sobre sus hombros. Un breve movimiento basta para que la tela cubra el resto del cuerpo, ajustándose a los senos y a la cintura, liberándose bajo los glúteos y muriendo sobre las rodillas. Me mira de nuevo y se observa mientras una sonrisa se dibuja en sus labios. Adora cómo le queda. Y ahora el turno es para su rostro; este momento es probablemente uno de los que más disfruto; me preparo al tiempo que coge un lápiz de labios y una sombra de ojos y se acerca a mí hasta que sólo unos centímetros y su condición humana nos separan. Su aliento es cálido y fresco a la vez y forma un pequeño círculo irregular sobre mí. Con un sólo ojo abierto, aplica un polvo color humo sobre el párpado cerrado; aunque la verdad es que no me suelo fijar en eso, más bien me pierdo en la pupila tridimensional y gris del ojo atento al proceso. Hace lo mismo con el otro párpado y procede entonces a pintarse los labios, su cara adopta una expresión indescriptible pero aun así atractiva; y perfila su boca con una práctica tan perfecta que cualquiera diría que mirarse a sí misma cuando lo hace es puro trámite. Justo después recoge un colgante de la mesita y lo coloca sobre su escote, haciendo que el comienzo de sus pechos parezca un yacimiento de gemas. Ya está terminando el espectáculo, sólo falta que libere su pelo recogido y calce sus zapatos de tacón favoritos.
Y todo para complacer a un humano inconsciente y nervioso, que le quitará los tacones, revolverá su pelo, deshará su maquillaje, la despojará del vestido sin ningún cuidado, le arrancará las medias, le desabrochará (o más bien lo hará ella) el sostén y borrará su tanga negro. Con suerte, si no se aman de verdad, ella llegará pronto a casa y purgará su alma en la ducha, ignorando al vapor de agua y volviendo a mí. Entonces todo volverá a empezar.
viernes, 12 de septiembre de 2008
Noche de verano
Casi no escucharon la llamada de mamá, que los convocaba para cenar. A los diez minutos todo eran tortillitas, quesitos, el yogur. El alien, condenado al olvido; y los niños jugando un poco a la consola antes de irse a dormir.
Pero el alien no se había movido de su sitio. Quizás su sangre era fría, quizás buscaba allí algo de calor.
domingo, 1 de junio de 2008
M y H
M y H son una pareja eterna. Nunca prestan sus besos a otros y sus vidas giran en torno al mismo punto, de hecho, si no fuera por sus metabolismos (tan rematadamente distintos), casi podría decirse que son la misma persona. Ella, H, pequeña y rolliza, con un ritmo biológico lento y tranquilo; él, M, largo y extremadamente delgado, vive la vida sesenta veces más rápido. Pero no creáis, siempre encuentran huecos para el sexo. Es más, son una pareja profundamente activa: cada 65 minutos aproximadamente hacen el amor con la misma intensidad de cuando se conocieron. Dos veces al día, los vecinos dicen oír campanas cuando esto sucede. Yo creo que son los gemidos de ella.
sábado, 23 de febrero de 2008
Silencio
Video: Enjoy the Silence - Depeche Mode