domingo, 2 de diciembre de 2007

Fotografía inversa

Al ver esta imagen no pude resistirme a imaginar... ¿Qué les habrá pasado?

Mi versión.
Vienen de una boda, quizás la de una amiga de ella. Ella, por cierto, le tiene mucha envidia a esa amiga, por eso ha ido al evento vestida de blanco. Al volver conduce ella porque él ha bebido algunas copas de más y no quieren arriesgarse. Cuando están pasando por una carretera muy solitaria y muy hermosa, él se le ha quedado mirando fijamente y le ha dicho:
-Cásate conmigo.
Ella ha frenado haciendo que salten el ABS y casi los airbags. Se han quedado parados contemplándose y entonces ella ha comenzado a llorar.
-Cielo, no llores... -ha dicho él, sonriendo, porque cree que sus lágrimas son de alegría.
Ella se ha bajado del coche y se ha colocado junto a la puerta del acompañante. Ha abierto la puerta, y ha cogido a su novio por el cuello de la chaqueta. Él se ha dejado arrastrar por lo que creía que era pasión, pero de pronto la mano de ella se ha convertido en puño. Él está en el suelo y ella, que parece la persona más rabiosa del mundo, le ha dicho:
-¡No quiero casarme contigo! ¡El hombre de mi vida acaba de casarse!
Y él por fin ha entendido por qué su novia se había vestido de blanco.

jueves, 8 de noviembre de 2007

El ladrillo

Se encontró un ladrillo en el frigorífico. Así, sin más: un ladrillo de color ladrillo, sin restos de cemento, con sus boquetitos esperando ser rellenados de ídem, astillado en una esquina, colocado entre los yogures y el jamón york. Sólo iba a por un vaso de leche, pero la cosa se ponía interesante. Estaba en casa de su novio y hasta ahora no había encontrado nada raro, ni sucio, ni una mota de polvo. Bueno, ahora tampoco había encontrado polvo, pero desde luego lo del ladrillo era mucho mejor.
La primera vez que estuvo en la casa se le pasó por la cabeza que estaba ante la típica Limpieza de Visita; esa pulcritud que sólo se encuentra en los hogares cuando se sabe que alguien va a venir y se quiere dar buena impresión. Pero las siguientes ocasiones en las que entró, la Pulcritud seguía allí como un habitante más, de forma que seguro que también aparecía en el censo, empadronada en aquel piso. Todo tan limpio que cuando salía a la calle, de repente le daba miedo pillar garrapatas.
Y ahora el ladrillo. Desde luego, no era lo que esperaba. Habría sido más lógico encontrar allí el limpiacristales, quizás. Pero no. No lo dudó un instante y, conteniendo la risa que se gestaba en sus labios, gritó:
-Churri, ¿por qué hay un ladrillo en la nevera?
Churri llegó a la cocina con una expresión de asombro en el rostro. La miraba con los ojos muy abiertos y, cuando ella pensó que iba a alucinar por lo del ladrillo, su novio le preguntó:
-¿Acaso tú no tienes un ladrillo en el frigorífico?
<<¿Cómo?>>, pensó ella. Por un momento se preguntó también qué clase de novio se había echado.
-¿Por qué razón iba a tenerlo? -contestó ella al modo periodista.
-No sé -adujo él-, todo el mundo tiene un ladrillo en el frigorífico. Es lo normal. Nunca me había planteado que no se pudiera tener uno. Es el ladrillo del frigo. Supongo que es algo necesario.
“Algo necesario”. Algo necesario, supo ella entonces, era salir de allí corriendo. Su churri se había vuelto majara. O eso, o su familia lo estaba, pero en cualquier caso tenía que poner distancia con ese ladrillo, al menos hasta que se le olvidara. No iba a dejar a su novio por eso, pero necesitaba un tiempo para asimilarlo.
Cogió el coche y se fue a casa. Durante el trayecto no pudo evitar rebuscar en su memoria para recordar si en su propia casa había algo parecido a un ladrillo en el frigorífico. Quería con todas sus fuerzas que su novio fuera normal, así que estaba dispuesta a investigar por algunas casas en busca de ladrillos refrigerados. Puede que fuera algo común y no hubiera de qué preocuparse.
Al llegar a casa abrió la nevera pero no encontró nada raro allí. Huevos, leche, lechuga; lo normal. Al día siguiente iría a visitar al vecino con cualquier excusa, y buscaría ladrillos en su frigorífico.

Estaba cansada. Iba a acostarse e intentar no pensar en las rarezas de su churri. Pero antes, una ducha... Sí, eso le vendría bien. Se desnudó, se arrugó el pelo en un moño, se puso el gorrito para no mojárselo y se colocó debajo del agradable chorro de agua, no sin antes sacar la tostadora de la bañera y colocarla en un banquito. No quería ni pensar lo que pasaría si algún día, a alguien, antes de ducharse, se le olvidara tal pequeñez y se electrocutara, por culpa del agua, con la tostadora de la bañera. Sería una desgracia.

sábado, 27 de octubre de 2007

Nauj, del planeta Arreit

Se despertó despacio y con toda una antología de dolores que se hundían en su cuerpo. Lo sostenía una cama de sábanas blancas y lo alimentaba un tubo transparente incrustado en su muñeca. Recordaba el accidente.
El médico entró en la habitación y lo miró con la expresión de quien había ya perdido toda esperanza. Le dijo:
-No esperábamos que despertaras tan pronto.
El hombre que yacía en la cama quiso decir algo, pero el médico se le adelantó:
-¿Recuerdas algo de lo que pasó?
-Sí -dijo el hombre, escupió el hombre, con tanta vehemencia que el sí se solapó con la tos y tuvieron que venir las enfermeras-. Sí, pero dígame, ¿dónde estoy?
-Está en el hospital universitario.
-¿Cómo? No, no... -contestó el enfermo-. Usted no me ha entendido. Yo he hecho un viaje. ¿En qué planeta estoy?
El médico tomaba notas de médico en un bloc de periodista. Probablemente estaba apuntando algo relacionado con psiquiatras.
-Verá -contestó el doctor-, ¿en qué planeta piensa que está? O mejor, ¿de dónde se supone que viene usted?
El hombre lo miró con intensidad. Parecía que un peso enorme aplastaba su alma, por un momento incluso el médico creyó que venía de otro lugar, de un planeta donde la gente fuera tan infeliz y triste como aquel enfermo fracturado, quien comenzó a relatar:
-Quise escapar de aquel lugar. Me monté en una nave y me lancé en busca de otros lugares en los que vivir, con la esperanza de encontrar la felicidad. Cuando aterricé aquí, no pude controlar la nave...

"Mi planeta se está haciendo añicos. Son todo dualidades absurdas: la raza está dividida en dos géneros, y a su vez el mundo en dos mitades. Nadie sabe a ciencia cierta por qué, pero a cada género, a cada mitad, se le trata de manera diferente."
"Toda nuestra existencia gira en torno a unos rectángulos de papel. La gente mata por conseguirlos, y quien no los tiene no tiene derecho a nada: carecen de hogar, de alimento, de dignidad."
"A todas horas el sistema nos impone cómo actuar. Nos dicen qué comer, qué vestir, qué ropajes llevar. Si decides no hacer caso de lo que impone la norma, generalmente eres marginado."
"Nos movemos en naves rapidísimas y asesinas que están minando el ecosistema, y no hacemos nada por evitarlo."
"Pensamos que por algunas cosas es lícito matar."
"Dígame, doctor, que he llegado a un planeta distinto."

Pero el doctor sólo le hizo dos preguntas de rutina:
-¿Cómo se llama usted?
-Me llamo Juan -dijo el presunto alienígena.
-¿Y de dónde es?
-Del planeta Tierra.

La esposa esperaba impaciente en el pasillo. Las lágrimas se le habían acabado y la única expresión de su rostro, tras tres semanas de incertidumbre, era la que le proporcionaba el rímel reseco de sus ojos.
El doctor salió de la habitación con cara de circunstancias.
-Juan ha despertado y está consciente -dijo-. Sin embargo sufre un extraño síndrome: cree que es un alienígena. Puede que ya arrastrara alguna enfermedad mental, de hecho estamos ante un intento de suicidio. Y pocos lo intentan estrellando su coche...
La cara de la mujer no varió mucho. No le quedaban fuerzas. Simplemente se levantó y comenzó a caminar hacia la habitación.
-Señora -dijo el médico-. Sígale la corriente. Que no se de cuenta de que sigue en la Tierra: creo que eso le mataría.
La mujer dejó escapar una lágrima.
-Siempre decía que este mundo estaba enfermo.

jueves, 18 de octubre de 2007

Octubre

Despertar y notar ese frío de octubre que, de leve, sólo añora tu abrazo para desaparecer. Bajar a la calle y ver a lo lejos el vapor gris que nace del puesto de castañas de la parada, todavía compartiendo clientela con el de los helados, qué ironía. Huele bien ese vapor, muy bien. Cruzarte con gente a quien no le ha importado madrugar y se ha vestido, como siempre, con el mismo ánimo, se ha duchado a primera hora, se ha peinado con esmero y ahora sale a la calle con su maleta o su bolso para ir al trabajo o a donde sea, con el aroma del café recién hecho en el aliento y la ternura de un croissan en el estómago. Algunos también escuchan música o quizás algún programa matinal, en la radio, un milagro cotidiano en el que siempre, todo el que se escucha, tiene la misma voz perfecta y nítida y ajena a tu vida, recordándote que el mundo sigue y gira a pesar de tus ínfimos problemas. Los árboles, todo indiferencia, siguen en el mismo lugar que ayer, y las obras avanzan, lentas pero avanzan. Ver a la mujer de la frutería siempre con fruta fresca y al pescadero siempre con pescado vivo, hoy mucha gente comerá sano. Pasar por delante de la iglesia, saber que hay cosas que no cambian por mucho que el tiempo pase. Una pareja se besa a lo lejos y un conductor te deja paso en un lugar donde no existe paso de cebra. A mí, personalmente, hoy me espera otro día, tus labios, subir a comer a casa, un libro en la mesita y, quizás, algo bueno en la tele. Dormir con el leve frío de octubre.

¿Por qué nos quejamos tanto?